HACE días me quejaba yo, en mis revoltijos mentales, de la escasez y poquedad de la literatura de ficción en la Italia actual. Nada de grandes novelas ni de grandes cuentos. En fin, como el México de ahora pero está el "pequeño detalle" de que Italia con sus anexos era literariamente grande hace unos tres mil años. Hoy hay sin embargo un narrador notable o mejor dicho había porque ha muerto: Pier Vittorio Tondelli. Vivió 36 años. Nació en 1955 y murió -debidamente de sida- en 1991.
Tal parecía que el emiliano Tondelli no podía ser entendido totalmente sino por el toscofrancés Carlo Coccioli: un servidor. Nos separaban no sólo 35 años de edad sino el hecho de que yo viviera del otro lado del globo. Por su edad él no conoció ni fascismo ni guerra ni Resistencia. Pero él me sentía cercano y, cuando empezaron a llegarme sus primeros libros, yo me sentí cercano a él. Tondelli tenía poco menos de 20 años cuando un osado editor milanés tradujo del francés y publicó mi Fabrizio Lupo: revolución y ennoblecimiento de la literatura "distinta" en Europa. ¡Nada que se le semejase! Una desconcertante novela que se ocupa no sólo de homosexualidad sino también y sobre todo, de religión: de metafísica. Un adolescente descubre que es "distinto" de sus compañeros; cae en un horrible asombro y se empeña en hacer lo posible y lo imposible, desde rezar neuróticamente hasta frecuentar prostíbulos, para volverse igual a los demás. La conclusión es la de siempre: no lo logra. La homosexualidad no se sabe qué es pero sí se sabe que nadie "la cura".
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ENTONCES, cada quien a su manera, cada quien en su tiempo, un Coccioli se vuelve el autor de El cielo y la tierra y de Fabrizio Lupo: se le pregunta a Dios los porqués. Tondelli, décadas después, escribe Otros libertinos y Cuartos separados: a su manera, las mismas preguntas. Es lógico que Tondelli fuera a buscar a Coccioli y que lo encontrara. A un personaje tondelliano, un amigo sacerdote le dice: "You have been bitten by the metaphysical bug": tú has sido picado por la chinche metafísica. Bueno: a mí también, y mucho antes de que le sucediera a Tondelli, me picó la misma chinche. Luego Tondelli dejó de preocuparse por cualquier chinche porque colgó los tenis; yo, con los tenis aún sin colgar, quedo aquí sin ni siquiera el consuelo de matar a la chinche porque no mato animales. Todo esto es metáfora, por supuesto.
Acaba de salir en Italia un largo artículo del padre jesuita Antonio Spadaro; se titula "le messe di Tondelli", las misas de Tondelli. Inútil decir que se me llama bastante a cuentas. Los jesuitas son inteligentes: tratan de ir al fondo de los pozos. Spadaro investiga la religiosidad de Tondelli. Aquí va un fragmento:
"...Un lugar particularmente significativo del que emerge su interés religioso es una entrevista que Tondelli realizó con el escritor Carlo Coccioli un año después de la publicación de Cuartos separados. En Coccioli, quizá el único narrador italiano en quien el discurso religioso parece un determinante elemento inspirador, Tondelli tal vez buscaba un modelo de orden espiritual y de búsqueda religiosa. El `tormento existencial de naturaleza teológica' hace de Coccioli `un hombre en fuga', porque a él le está claro que la dimensión del espacio y del tiempo en que se vive es sólo una parodia, un vago reflejo del paraíso; así que, en fondo, el hombre religioso es el que se esfuerza por huir de las coacciones del presente y quiere volver a una dimensión de lo sagrado, la que se añora..."
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EN fin: quienes somos picados por la chinche metafísica no conocemos descanso: ¡se encarnan en nosotros todas las contradicciones! A las tres de la tarde creemos en Dios; a las diez de la noche creemos que no creemos en Dios. La chinche metafísica nos transforma, aparentemente, en incoherencia. Nos han definido los desarraigados por definición. Traduzco del italiano una frase de Tondelli: "Lo que hace de nosotros unos apátridas es la inquietud de amar a Dios". Pero Tondelli en el texto italiano no emplea la palabra "apátridas"; dice más bien "apolidi": los que no tienen una polis propia, una ciudad mental de la cual se sientan ciudadanos. Añade el escritor emiliano, acerca del cual ahora en Italia se está creando un mito, que para Coccioli existe entre los seres humanos una distinción esencial: los religiosos de un lado, y del otro lado los que no lo son. Pero aquí yo, Coccioli, pregunto: ¿Qué es el hombre religioso? ¿Acaso el que cree en un dios y sigue sus preceptos y ritos? No estoy tan seguro, yo Coccioli, de ello: para mí el hombre religioso es especialmente aquel que sufre por haber estado "ligado" (a algo o a Alguien) -"religión" viene de "ligar"- y ahora padece el dolor del desligamiento. No sé si se me entienda. Y ofrezco disculpas por estar hablando tanto de mí: acéptese que, ay, es lo propio de nosotros los "metaphysical bugs", las chinches metafísicas.